Este homenaje personal y poético a la figura de Miguel Hernández es
también un espejo en el que Noemí Trujillo proyecta su propia luz sobre
la obra del poeta alicantino para devolvernos un nuevo reflejo de la
misma. Versos creados desde el grito y el desgarro que, como luces
y sombras, se transforman en poemas heridos o deseados. La mujer acecha
es una superficie poética que igual que los velos que son poseídos por
el viento, nos transmiten el deseo de acariciarlos. Sin embargo, esa
doblez entre realidad y deseo que, en ocasiones, es la razón de la
sinrazón, también alimenta a ese animal herido que todos llevamos
dentro: «Yo, con los años, / he descubierto el abismo / que existe /
entre la vida y la poesía.» La valentía de Noemí Trujillo reconvertida
en Calíope (la musa de la poesía épica), es mostrarnos un poemario cuyo
espacio geográfico son las guerras, pero no solo las externas dispersas
por el mundo y conocidas por todos, sino también las internas, esas
que anidan en el interior de cada ser humano: «El arte es más frío que
nunca, / está lleno de tragedias humanas, / esas que nadie quiere ver.»
Esa fusión de diferentes realidades las utiliza la poeta para dibujar su
propia silueta, sin olvidar que la sombra de nuestro contorno que se
proyecta sobre el suelo, lo hace marcando los límites de un
territorio imaginado, ese que nace en sus poemas y que la llevan a
convertirse en la princesa del cuento. «La poesía es un animal / que
canta, / que llora / y echa raíces, / un animal con garras.»
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