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sábado, 15 de junio de 2024

MIGUEL HERNÁNDEZ: UN POETA EN LA OSCURIDAD DE LA GUERRA CIVIL https://www.muyinteresante.com/historia/65094.html

Miguel Hernández: un poeta en la oscuridad de la Guerra Civil

La vida del poeta Miguel Hernández estuvo marcada por la Guerra Civil, la cárcel y su compromiso con la libertad y los desfavorecidos.

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Hoy el museo Rafael Zabaleta ubicado en el municipio jienense de Quesada acoge, en su planta baja, seis salas muy espaciosas y llenas de luz y de historia: se trata del museo Miguel Hernández-Josefina Manresa.

Recorriéndolas se puede observar una parte relevante del legado del poeta; percibimos y hasta sentimos cuánta oscuridad rodeó en algunos momentos al escritor, cómo le persiguieron sombras y monstruos; experimentamos una sensación descarnada de miedo indefinido, y nos imaginamos al hombre que dio con sus huesos en una y otra celda hasta morir miserablemente de aquellas enfermedades endémicas e irreversibles, consumido desde las entrañas. Y nos invade un afecto amoroso.
 
Miguel Hernández siempre estuvo convencido de sus anhelos de lucha, de su acierto en colocarse en el lado de los débiles y de los marginados en una guerra implacable.

Mucho amor por esa mujer quesadense que inspiró lo mejor de su poemario: su pasión indeleble, su luz en tantas mazmorras lóbregas; la luminosidad de sus versos se abre paso entre las tinieblas de una época y de unos años que han quedado marcados a fuego en la historia de nuestro país.

Un espacio cultural dedicado al poeta y dramaturgo que rinde homenaje a la mujer que conoció y vivió en dicha localidad; nos hace partícipes de aquella historia de amor siendo ambos muy jóvenes y que fue creciendo con el paso de unos años convulsos, llenos de sobresaltos, llenos de esfuerzo y trabajo.

Marcas vitales en la historia del poeta

Recordar el viaje vital del poeta Miguel Hernández obliga a acompañarlo desde sus primeros años de estudios primarios hasta el cuidado de rebaños de cabras, asomarnos junto a él a todas las cárceles en las que fue prisionero, atisbar y conocer muy de cerca su cautiverio y padecer con él; rememorar al escritor supone una travesía dolorosa, llena de lastre y sufrimiento, cambiar de ciudades desde Sevilla a Madrid, de Orihuela o Palencia a Alicante y Albacete, y llegar hasta el país vecino y fronterizo Portugal; el poeta padeció un trasiego político e ideológico perseguido por sus enemigos más feroces; una intransigencia que parecía nublar la mente a sus captores y acrecentar sus odios más internos contra él.


Miguel Hernández: un poeta en la oscuridad de la Guerra Civil

Leemos versos doloridos, versos plagados de pesadumbre y desconsuelo en «El hombre que acecha» dedicado a Pablo Neruda y recogido en Miguel Hernandez, Obra completa II, (Espasa Clásicos, 2010). Estremecen esas celdas insalubres que devoran la vida y el sentir:

Las cárceles se arrastran por la humedad
del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo,
lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.

Son mazmorras del pesar y del pensar, de hacer recuento de la vida y de la historia de un escritor que deseó la libertad y la paz, sin beligerancia, con poesía: cuánto daño hacen las rimas que nacen del corazón, desde la sinceridad del espíritu:

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.

Miguel Hernández siempre deseó vivir libre, sentirse libre y compartir esa libertad que tantas veces le era cercenada; cuántos momentos vitales encerrados a cal y canto, sin poder disfrutar de la compañía de su familia y de sus amigos, los más fieles, sin caminar bajo el calor levantino en un azul resplandeciente que le alentaba a amar su tierra y sus tierras, sus hombres y su pueblo.
… un hombre hace memoria de la luz, de
la tierra,
húmedamente negro.
                   Iglesia de Santiago Apóstol en Orihuela, localidad natal de Miguel Hernández
.
De carácter férreo y constante, su gran capacidad de comprender el alma y el ser humanos le llevó por vericuetos llenos de contrastes, paradojas que se aferraban a su personalidad intentando comprender al otro poniéndose en su lugar, y vestirse con su piel para acomodar la diversidad de ideas y opiniones y de esta manera acompasar su pensamiento a la época que le tocó vivir; y tragar a través de una tenebrosa oscuridad.

Un hombre que ha soñado con las aguas
del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.

Desde el principio

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, Alicante, el 30 de octubre de 1910. El filólogo y director de la RAE Dámaso Alonso (1898-1990) lo definió como un «genial epígono de la generación del 27» a la que se sintió muy próximo, aunque para algunos críticos figura más en la nómina de la generación del 36.

Fue el tercero de siete hermanos en el seno de una familia muy humilde dedicada a la cría del ganado, labor en la que colaboró desde su más pronta infancia. Estudió en el colegio de la Compañía de Jesús en su localidad natal y pronto sus profesores descubrieron en él unas capacidades extraordinarias que lo hacían sobresalir como alumno brillante, hasta el punto de hacerle merecedor de una beca para continuar sus estudios, que sus padres rechazaron.

Así pues, a partir de 1925 comienza a dedicarse por imposición paterna al pastoreo, sin dejar de leer y escribir con avidez. En ese viaje iniciático nunca le van a abandonar la escritura y la lectura. Entre sus autores favoritos destacan Virgilio, San Juan de la Cruz, Lope de Vega y Calderón de la Barca, Cervantes y Góngora, Paul Verlainey Gabriel Miró, entre otros muchos; todos ellos van a convertirse en maestros y guías de una educación autodidacta.

Este afán inquieto hace que busque tiempo para organizar un grupo literario con más jóvenes en Orihuela; un núcleo activo y emprendedor de donde proviene la férrea amistad con José Marín Gutiérrez, de seudónimo Ramón Sijé, a quien el poeta dedicó su famosa «Elegía».
Fachada de la Casa-Museo de Miguel Hernández, donde el poeta pasó su niñez y adolescencia.

Tras un primer viaje a Madrid en el año 1931, volverá a la capital para obtener trabajo, esta vez con mejor fortuna que en la anterior, pues logró ser nombrado colaborador en las Misiones Pedagógicas. Más tarde le escogió como secretario y redactor de la enciclopedia Los toros su director y principal redactor, José María de Cossío, al que le unirá un estrecho trato, convertido en su protector y más ferviente sostenedor de toda la producción literaria del poeta. Todo un apoyo a lo largo de ese tiempo que ambos compartieron. Un tiempo que se adivinaba arriesgado.

Colaboró además con asiduidad en la Revista de Occidente; mantuvo una relación con la pintora Maruja Mallo, inspiradora de parte de los sonetos de El rayo que no cesa. Conoce además a Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, amigos de por vida, y pronto comienza su decidido compromiso social y político con los más pobres y desheredados. Siempre en defensa de los invisibilizados y desfavorecidos, protagonistas cordiales de parte de sus títulos poéticos.









Dormitorio de Miguel Hernández en la Casa-Museo.
El escritor opta por quedarse en su país, con todas las inseguridades y peligros, convencido de que su propia poesía, arma valedora y salvífica, serviría de oxígeno para las fuerzas republicanas y que también representaría algo de esperanza en medio de un desmoralizador y cruel conflicto. Más oscuridad.

Sigue el sufrimiento. Su actividad de comisario político comunista en el Ejército le valdría la pena capital tras la guerra, luego conmutada...

Más tarde realizó un viaje a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República, y en diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que murió a los 10 meses; en enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel. Luz y sombras.

Es su destino vital: el que eligió para llevar a cabo su misión. Trabaja y lucha por los demás siempre confiando en un futuro más justo y más libre.

Se apaga la vida

A finales de abril de 1939, Miguel Hernández sin refugio seguro ni trabajo, intentó huir a Portugal para escapar de la represión franquista. Tragedia y viaje azaroso desde que sube a un camión que le transporta de Huelva a Aroche, donde cruza el río Rivera de Chanza, hasta la población de Santo Aleixo; allí vende un traje y el reloj, regalo de boda de Vicente Aleixandre.

No resulta difícil imaginar el aspecto y la apariencia más que sospechosa que cubría al poeta después de noches mal dormidas y días en plena huida. Se cree que el mismo comprador le denunció a la Policía de Salazar, dictador portugués: fue detenido el 4 de mayo para ser trasladado al calabozo del puesto fronterizo de Rosal de la Frontera en Huelva.

El jefe del puesto ordenó a su agente auxiliar escribir a máquina que Miguel Hernández, de 28 años de edad, casado en la que fue zona roja, de profesión escritor, e hijo de Miguel y de Concepción, natural de Orihuela (Alicante) y con domicilio en Cox (Alicante), comparece ante el Cuerpo de Vigilancia de dicha localidad.


Quedan registrados sus datos con total prontitud; no hay detalle que se escape a los servidores del bando vencedor. El sufrimiento en la cárcel debió ser atroz, pues molido a golpes le querían hacer confesar que él mató a José Antonio Primo de Rivera.

Después de pasar por la prisión de Sevilla y recalar en uno de los penales de Madrid, sale en libertad gracias a las gestiones realizadas por Pablo Neruda y Cossío. Continúan sus pesares. Un calvario.

El 18 de enero de 1940 el Consejo de Guerra Permanente número 5 le condena a la pena de muerte por un delito de «adhesión a la rebelión». De nuevo queda constancia a máquina de los sucesos «probados» de los que se le acusa al poeta: «de antecedentes izquierdistas, se incorporó voluntariamente en los primeros días del Alzamiento Nacional al Quinto Regimiento de Milicias, pasando más tarde al Comisariado político de la Brigada de choque e interviniendo entre otros hechos en la acción contra el Santuario de Santa María de la Cabeza».

Retumba el tecleteo, martillean los episodios pasados y vividos en la mente desgastada y aterida del escritor. No deja de pensar en nuevos versos, poesía balsámica para sus sentidos, para su casi extinta existencia.

Y efectivamente, la sentencia describe que publicó numerosas poesías, crónicas y folletos siempre instigadores de propaganda subversiva y revolucionaria contra las personas de orden y contra el Movimiento Nacional… «Personas de orden».
Miguel Hernández fotografiado en Orihuela, en junio de 1936.

Quedan registrados sus datos con total prontitud; no hay detalle que se escape a los servidores del bando vencedor. El sufrimiento en la cárcel debió ser atroz, pues molido a golpes le querían hacer confesar que él mató a José Antonio Primo de Rivera.

Después de pasar por la prisión de Sevilla y recalar en uno de los penales de Madrid, sale en libertad gracias a las gestiones realizadas por Pablo Neruda y Cossío. Continúan sus pesares. Un calvario.

El 18 de enero de 1940 el Consejo de Guerra Permanente número 5 le condena a la pena de muerte por un delito de «adhesión a la rebelión». De nuevo queda constancia a máquina de los sucesos «probados» de los que se le acusa al poeta: «de antecedentes izquierdistas, se incorporó voluntariamente en los primeros días del Alzamiento Nacional al Quinto Regimiento de Milicias, pasando más tarde al Comisariado político de la Brigada de choque e interviniendo entre otros hechos en la acción contra el Santuario de Santa María de la Cabeza».

Retumba el tecleteo, martillean los episodios pasados y vividos en la mente desgastada y aterida del escritor. No deja de pensar en nuevos versos, poesía balsámica para sus sentidos, para su casi extinta existencia.

Y efectivamente, la sentencia describe que publicó numerosas poesías, crónicas y folletos siempre instigadores de propaganda subversiva y revolucionaria contra las personas de orden y contra el Movimiento Nacional… «Personas de orden».
Miguel Hernández con su esposa Josefina Manresa en Jaén, en el verano de 1937
¡Qué lejos quedaban aquellos paseos por su Orihuela querida, conduciendo al rebaño, descansando de la vigilancia mientras escribía y… soñando! La guerra le ha sometido a una decepción inabarcable y la condena le llega el 25 de junio de 1940 en forma de 30 años de cárcel, conmutada la pena máxima, pues intercedieron entre otros intelectuales su amigo del alma Cossío: «esperando que este acto de generosidad del Caudillo, obligará al agraciado a seguir una conducta que sea rectificación del pasado», según las palabras escritas en una carta del ministro del Ejército, el general José Enrique Varela a Sánchez Mazas.

Recuerdos de sus años jóvenes. ¡Cuántas lecturas! Escribir y no dejar de escribir para salvarse del horror. Para sobrevivir. Tras su paso por la dura y gélida prisión de Palencia, llega al penal de Ocaña, y de ahí fue trasladado al reformatorio de Adultos de Alicante donde compartió celda con Antonio Buero Vallejo. Dos escritores. Dos almas atormentadas por una guerra despiadada, por una locura febril.

Nuestro poeta, enfermo de bronquitis y tifus, padece una nueva complicación y se le diagnostica bronquitis pulmonar; dos intervenciones para intentar reparar un cuerpo exangüe le llevaron a la muerte de madrugada en la enfermería de la prisión alicantina el 28 de marzo de 1942.

Enterrado dos días después, un séquito mínimo acompañó a la viuda para el último adiós al poeta. Sus restos fueron exhumados en 1984, a la muerte de su hijo Manuel Miguel Hernández Manresa el mismo año. En febrero de 1987 fue enterrada junto a ellos la esposa y madre, Josefina Manresa.

Y ahora, el recuerdo

La fundación que lleva el nombre del poeta se creó el 13 de julio de 1994 con el objetivo de preservar, dar a conocer y difundir su patrimonio y su memoria. Sus versos permanecen llenos de lucha y paz, de amor y promesas, de realidad e ilusión.

Poemas que gritan libertad para hacer libres a los hombres y a las mujeres durante aquellos momentos opacos en espera de un futuro que deseaba siempre prometedor y transparente.

Siempre estuvo convencido de sus anhelos de lucha, de su acierto al colocarse en el lado de los débiles y de los marginados en una guerra implacable llena de imágenes luctuosas: ciudades saqueadas, cuerpos inertes, hambre y miseria, batalla personal y batalla política, días del poeta en relatos rimados sustraídos de los horizontes más oscuros.

Milicianos republicanos realizando instrucción militar en Madrid, en julio de 1936
Sarna, piojos, hedor, desesperación y abatimiento, soledad… Sus ojos pardos que miran, abiertos e inermes hacia el más allá. Lejos de las rejas que lo oprimen. Frío, miedo, escapar, huir, permanecer. Sentidos atrofiados y huesos anquilosados. Alambradas y muros.

Barrotes inexpugnables, sin llorar, fe del no creyente, fe del poeta herido y condenado por ese futuro añorado; un joven cabrero, un joven poeta que fenece en la sombra, con poca luz, bajo las entretelas de su anatomía irreconocible. La tragedia se adhirió a su piel. A las cinco y media de la madrugada, murió Miguel Hernández. Al alba.

Recordamos la figura del escritor entre laderas, montañas, ríos y valles: en medio de una naturaleza testigo de su niñez, cómplice de su adolescencia y refugio de su juventud. Paisaje sublimado, puerta y puente para crecer y volar con su imaginación a lugares inventados en sus poemas, a paraísos posibles, llenos de luz, de compañía amiga y sincera, de afectos comunes.

Aquellos años oscuros se alumbran con poesía que brota del corazón, desde la profundidad más resplandeciente de su sentimiento. Hasta aquí el viaje de nuestro admirado Miguel Hernández.





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