La periodista quesadeña Elena Lara nos invita a descubrir este pueblo mágico lleno de atractivos naturales y culturales

Hay lugares que abrazan. Que aún en invierno son cálidos. Que laten en el recuerdo de quien alguna vez los conoció. Quesada es uno de ellos. Su entorno lo hace mágico, su enclave es pura energía, sus gentes lo dotan de una calidez, en ocasiones, inusitada.

Estos días azules y este sol de la infancia… Este verso de Antonio Machado lo encontró su hermano escrito en un papel arrugado en el bolsillo de la chaqueta del poeta, pocos días después de su muerte. Es, probablemente, el último que escribió. Y el primero que recuerdo al pensar en Quesada.

A una hora de la capital, a poco más de treinta minutos de Úbeda y cuarenta de Linares.Puerta de entrada a la Sierra de Cazorla. En su término municipal nace el río Guadalquivir, es también su lema turístico, un reclamo para los amantes de la naturaleza, de los deportes de montaña, por lo agreste de gran parte de sus rincones, por las posibilidades que ofrece a quien comparte el gusto por la bicicleta, la afición por la escalada o el paseo a golpe de sendero, con aire fresco y puro acariciándote la cara. Un auténtico festín de Naturaleza desde El Gilillo, al Picón del Guante, El Cabañas, El Rayal, el Aguilón del loco, el Cerro de Vítar, El Caballo o el Cerro de la Magdalena. Parajes como Béjar, El Chorro, el Valle de Los Tejos, el de Don Pedro y Belerda, el Pilón Azul, Tíscar, con su Cueva del Agua, Santuario y Castillo… son delicias para los sentidos. Muchas aún por descubrir.

Sobre estas líneas, Cueva del Agua; arriba, panorámica de Quesada.

Pero Quesada es también Cultura. Este pueblo serrano ha conseguido escribir con mayúscula la palabra Cultura a lo que han ayudados los trazos del universal Rafael Zabaleta, o del autor del emblemático Mito de la Caverna, José Luis Verdes. También el legado del de Orihuela, Miguel Hernández, y la que fuera su mujer, Josefina Manresa, nacida en Quesada. Aquí se ha sabido patrimonializar y poner el foco en la importancia de la obra del poeta y hacerla propia, para difundirla, para mostrarla a visitantes y turistas. Para engrandecerla.

Pasear por las calles de Quesada en invierno es entrar en las casas de sus vecinos a través de sus chimeneas. Un olor a lumbre que nos traslada al calor del hogar,a las cocinas de unas manos hacendosas que con primor preparan una “sartená” de gachas, unas migas con pimientos y tocino, unos talarines, ajoharina, gachurreno o un arroz con conejo criado al natural. Quesada conserva también en estas fechas unsuave perfumedulzón con sabor a roscos fritos y tortas de mosto, a mantecados de almendra, a pan de leña. A matanza, a chorizos, morcillas y salchichones frescos. A tripas en agua con limón. Una mezcolanza que dibuja a cada paso la idiosincrasia propia del pueblo, su historia, tradiciones y costumbres.

Museo Zabaleta, que comparte edificio con el de Josefina Manresa-Miguel Hernández.

Quesada es un entramado de calles y callejones en su casco histórico. Cuestas y vías sinuosas, murallas y paredones que son testigos mudos del transcurrir de los siglos. La calle Adentro, la del Arco de los Santos, el Paseo, la Lonja, la Iglesia “Chica”, la de San Pedro y San Pablo, el Mirador de Zabaleta… un balcón a los campos labrados con manos de hierro, a golpe de sudor, de mujeres y hombres doblando el lomo. Quesada es también su “Jardín”, la Plaza de la Coronación, sus fiestas, sus vírgenes y sus santos.

Quesada es, para quien no lo conozca, visita obligada. Para quién ya goza de esa fortuna, una posibilidad de ser reincidente. Tradición y modernidad van de la mano por calles adoquinadas, de mujeres asomadas a sus puertas regando macetas vigorosas, pero también de jóvenes lozanos que trabajan por sus sueños desde las aulas del instituto, de los que vuelven de sus ciudades universitarias y no se despegan de sus raíces, de los niños y niñas que juegan en el jardín, vigilados muy de cerca por la figura de Peneque “El Valiente”, de Zabaleta o de Rafael Hidalgo de Caviedes.